Por Carlos Bruce
El mensaje presidencial marca un punto de quiebre en la relación del gobierno con las instituciones del Estado frente a la gravísima crisis del sistema de justicia y al deterioro de nuestro sistema de representación. Ante ello, nos corresponde a todos los actores políticos ser parte de la solución participando en las propuestas de cambio radical que se necesita.
Las circunstancias actuales han situado al presidente como el más indicado para liderar el proceso de reformas que son urgentes. Más aún ahora, cuando el mandatario ha presentado al Congreso sus propuestas concretas de cambio constitucional para ser abordadas sin pérdida de tiempo.
El objetivo central consiste ahora en recuperar la credibilidad en las instituciones del Estado y la confianza de la población, elementos vitales de un Estado de Derecho. La pérdida de confianza y credibilidad en las autoridades, tal como se está comprobando en estos tiempos, resulta lapidario para un país democrático. Por ello, la tarea por emprender nos tiene que comprometer a todos hacia un objetivo común, anteponiendo los intereses nacionales por sobre todas las cosas.
Además de abordar a fondo la reforma del sistema de justicia, hoy la coyuntura es propicia para tratar en serio la reforma de nuestro sistema de representación y de nuestro sistema político, incluyendo el fundamental sistema de partidos, que nos garantice una genuina y respetable representación popular.
El mandatario es consciente de la gravedad del problema que tenemos que resolver sin demora, y le corresponde liderar este proceso de cambios radicales que apunten devolverle la dignidad a nuestra institucionalidad. Para ello, resulta indispensable el respaldo de la población para darle fuerza al mandato que ha recibido.
No podemos esperar que la situación de crisis terminal en las instituciones de justicia se agrave más allá del límite extremo, por las funestas consecuencias que ello acarrearía para el país. Las propuestas de reforma del mandatario merecen toda la atención de nuestra parte para poder conjugarlas con otras que lleven a su perfeccionamiento.
No hay tiempo que perder. El país ha ingresado a un proceso de cambios que ha de ser irreversible. No puede haber vuelta atrás en nuestro propósito común de reformar todo lo que se tenga que reformar con miras a lograr una institucionalidad que sea realmente digna de respeto.