Por: Néstor A. Scamarone M.
No nos preocupa conocer si profesa religión alguna y si es buen o mal practicante. Allá cada quien con sus rituales religiosos. Pero lo que sí es necesario preguntarse es qué clase de sentido de trascendencia tiene usted en su vida. Sentido de trascendencia sería algo así como si usted piensa en el más allá, o en la muerte, o en el sentido de la vida, o se pregunta para qué nacimos o por qué vivimos, si hay algo llamado Dios ¿se va dando cuenta?
Los interrogantes no se hacen para conseguir respuesta ni se hacen para generar inquietudes, es decir, para abrir espacios a otras dimensiones. ¡Eso es trascender! No se hacen para producir desespero o ansiedad o para angustiarse con “preguntas que nunca se podrán contestar”. No. Las preguntas se hacen para recordar a cada momento que hay algo más allá de este “acabadero de ropa”.
Y claro, todas las inquietudes “existencialistas” remiten necesariamente a interrogarse sobre Dios. Y a aceptar que existe, llámese energía, soplo divino, espíritu, principio y fin, el nombre que quiera. Y al existir, necesariamente tiene que estar metido –ojo: lea bien–, metido en su vida. Metido en todo, impregnándolo todo. Dios no es para casos de urgencia. O como me decía un asustado: “sólo lo utilizo cuando tengo una emergencia en un avión o cuando me dio infarto”.
Sin duda, está equivocado. Dios tiene que ver con todo, sea usted tramposo, phd, físico matemático, psicólogo, sacerdote, contrabandista, drogadicto, travesti o ejecutivo de cuentas, vicepresidente bancario, ama de casa o desempleado. Infortunadamente, la cultura occidental lo separó totalmente de la razón. ¡Y de la vida! Lo redujo, si acaso, al recinto de una iglesia. La ciencia por igual, se ufanó de no estar “casada íntimamente” con la religión y, por momentos intelectualidad y espiritualidad, parecen dos compartimentos que no tienen ni una sola línea en común. Craso error. Como si los seres humanos pudiéramos dividirnos y estar fragmentados, cual psicóticos ambulantes. O será que sí somos psicóticos (léase seres fragmentados) que partimos al ser humano en compartimientos donde de dos a cuatro de la tarde somos honrados, a las cuatro estafamos al vecino, a las seis tenemos amante, a las ocho rezamos el rosario, a las diez hacemos la obra de caridad y a las doce despotricamos del prójimo.
Sí, seres fragmentados, donde nada tiene que ver con nada. Por esa filosofía, entonces, Dios no está en nuestras vidas: “No meta a Dios en esto, no lo meta con la crisis económica, no lo meta con la infidelidad, no lo meta con la mala racha, no lo meta con el desempleo y la falta de dinero”.
¿Será que sí? No meter a Dios en la vida es jugar a ser psicótico, enfermo mental, cuya vida no tiene coherencia, donde los actos son explosiones momentáneas, sin sentido. En alarde de intelectualidad, usted no “mete” a Dios en su vida cotidiana y es allí donde sale usted perdiendo y su creencia en Dios se hace nada. ¿Cómo creer en Dios “a ratos”? Si verdaderamente creyera en Dios, sus creencias y actitudes serían diferentes. Porque usted y Dios “hacen mayoría”. Pero usted solo, sin fe en Dios, ¿para qué sirve? –no tiene trascendencia.
Y es que no entiendo, en qué se pueden coger o agarrarse los desesperados, los sufrientes, los inconsolables, los enfermos incurables, los alcohólicos, los drogadictos, si no tienen algo trascendente en que fijar sus metas. Y es que no entiendo que el hombre fije sus metas en lo que tiene delante de sus narices y eso es lo que considere trascendente para renacer una vida. Y si le cuesta mucho trabajo asimilar este concepto, significa que aún le falta mucho por despertar en el camino de la conciencia. Pero no desespere: si logró leer hasta el final de este artículo “tan raro”, signo de que va por buen camino en el proceso de despertar a otra dimensión y descubrir la trascendencia, y que hay que apoyarse en ella para movernos a vivir y a morir; y eso, eso es, porque hay un incomparable Dios…